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martes, 8 de octubre de 2013

Mi gachupín

¿Pueden enamorarse de alguien que aún no eres?

¿Pueden los hombres saber cómo eres antes de que tú misma lo sepas?





Siempre he tenido la idea de que vivo en un cuento, uno que cuenta alguien en algún lugar muy arriba en el cielo; una especie de relato antropológico de los usos y costumbres de una chica mexicana común, nacida en la mitad de la década de los ochenta y educada en el sube y baja de la llamada “pequeña burguesía”. Tal vez por eso desde niña me ha motivado conocer la vida de muchas personas, en un intento por que mi propia historia no se vuelva monótona ni repetitiva.

...

Sin mucha guía familiar y con la idea de ser una extraterrestre curiosa en tierra de humanos, muchas tradiciones del coqueteo no me fueron entregadas y, mucho menos, el credo al amor romántico. Así que mis "happily ever afters" resultan algo diferentes, por decirlo de alguna manera.
No había sido necesario rozarnos al pasar; nos habríamos sentido a kilómetros de distancia. Un metro noventa, vestido todo de blanco, sandalias cafés y treinta y siete años.
        — A que tú quieres bailar conmigo.
        — ¿Qué? –. Esa voz me hizo dar la vuelta.
        — Que sí, que se nos hace tarde para ir a bailar.
Me asaltó por un momento la idea de jugar a la interesante y decirle que quién se había creído, pero era ridículo; en cuanto escuché ese acento, grave, calmado, seguro… bien hubiera podido desnudarme en medio de la calle y me hubiera dado lo mismo.
        — Sí, se hace tarde— contesté. Me tomó de la mano y caminamos por Génova hasta un bar.
        —  ¿Qué te tomas?
       — Sólo a ti —. No quise que nada se interpusiera en la claridad del encuentro.  Coloqué mi mano derecha sobre su pierna; me abrazó fuerte y me besó mientras yo jugaba con mis dedos en sus chinos largos y bastante canosos.
Platicamos un par de horas para luego dirigimos a un local de salsa.
        —  He de decirte que no sé bailar, pero adivino que tú sí y quiero hacer contigo todo lo que te gusta y todo lo que me gusta.
¡Madre mía! La frase me parecía precisa. Para ese momento no había otra cosa que quisiera más que llevarlo a mi cama, pero el coqueteo todavía seguía dando frutos en la pista de baile. Tal vez fuera aquello de reprimirse de momento por un placer mucho mayor.
Jugamos y reímos en la calle de camino a su hotel; yo brincaba y saltaba (ya algo borracha, más por las endorfinas que por los tequilas). Él me abrazaba con todo su cuerpo y de vez en vez me alzaba levemente para que sintiera su fuerza.
En la puerta de la habitación nos besamos exhaustivamente, buscando cada hueco, cada forma, cada desmayo efímero provocado por las hormonas. Me levantó; no soy una esbelta damisela y aún así, lo hizo sin el menor apuro. Atravesamos el living con torpeza. ¡Menuda fiesta nos montamos! Me quedé encima de él apurando el tránsito de la ropa hacia el piso; me quitó el short y las sandalias. Ambas manos se sintieron enormes y poderosas sobre mi espalda. Me acarició. Sentí calor, sudor y todo empezó a verse muy blanco, todo más blanco y más claro al arribo del gran O.
Me dejó abajo delicadamente y me tocó todo el cuerpo poquito a poco mientras seguía dentro de mí, calmado, suave. Seguimos hasta que el blanco dejó de venir de nosotros y empezó a colarse de entre las cortinas.
En el desayuno de las tres de la tarde platicamos de nuestras vidas, de sus momentos y los míos. Mis casi veintitrés, mi ex y nuestros amantes; sus ahora treinta y ocho y su regreso a España después de once años de exilio en Inglaterra.
"En cuanto escuché ese acento, grave, calmado, seguro… bien hubiera podido desnudarme en medio de la calle y me hubiera dado lo mismo"
Seguimos cachondeándonos con palabras, miradas y caricias.
Me pidió que me fuera a vivir a España, no con él, pero para estar juntos, todo muy derecho y libre, como me gusta. No lo pensé dos veces y le dije que no. Estaba con Le petit Marx  (mi ex “marido”-comunista-liberal) y simplemente no podía imaginar mi vida sin él. No era una línea de amor eterno, sino de codependencia no admitida.
Nos seguimos viendo mientras estuvo aquí. De vez en vez dormíamos juntos, y mientras caminábamos por la noche, me agarraba una nalga por debajo del vestido o acariciaba mis senos discretamente por el escote de la blusa. Lo despedí unas semanas después estilo Hollywood en el aeropuerto. Divagábamos en el taxi sobre encontrarnos caminando inesperadamente en una isla asiática y reconocernos completamente hasta el primer beso (porque ya seriamos ancianos, decía yo entre risas).
Algunas veces sentí su enojo por el chat cuando le decía que no iría ni a Madrid ni a la isla. Cuando terminé con Le petit Marx pensó que todo cambiaría. Pero yo aún no confiaba en mí misma, seguía sin comprender las cosas que me había dicho la primera vez. Seguía sin ser esa mujer que sólo él conocía.
Hace un año regresó.
         — ¡Amor, soy tu gachupín! ¡Ya estoy en Guada! —, me dijo gritando entusiasmado por el teléfono. “Enfrijolada” (dícese del estado de apendejamiento que me provocó cierta personita a la que a mis amigas y a mí nos gusta llamar Frijolito), en exámenes finales y con mi recién reencontrado padre en un hospital de provincia, no tenía oportunidad de verlo.
        — ¿He atravesado el Atlántico por ti y tú no puedes venir al hotel? Ya he hecho todo lo que podía y no voy a hacer más. Hotel francés, habitación XXX. Espero que no llegues tarde…
De regreso en Madrid no volvió a responderme ni el teléfono, ni el correo (ni virtual, ni postal), ni el messenger, ni el chat. En Facebook no me ha respondido los saludos. Hoy no llegaría tarde, o tal vez un poco. Apenas estoy aprendiendo…

Track1. Da ya think I’m sexy, Rod Stewart
Track2.Tengo lo que tú quieres, La Mala Rodríguez
Track3. Cuando el río suena, Havana d´ Primera
Track4. Señales de humo, Juan Luis Guerra

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